
Querido doctor,
anoto todos mis libros con bolígrafo, como si fueran cuadernos: es una necesidad que siento desde la adolescencia y de la que tomé plena conciencia leyendo a ilustres filólogos durante mis años en Pisa. Mi compañera, exalumna como yo de la Escuela Normal de Pisa, lleva muy mal este hábito mío: se niega a leer los libros que he anotado, y manifiesta de un modo explícito su desacuerdo cada vez que me ve escribir en un libro. Hasta ahora he intentado contenerme, al menos en su presencia, pero ahora estoy releyendo Sade en La Pléiade y realmente no sé cómo hacerlo, el deseo de escribir en el libro es demasiado fuerte. Pensé en comprar un segundo ejemplar para leer y escribir a escondidos, pero lo veo como una derrota para nuestra relación de pareja. He acabado por resignarme ante su rechazo a compartir esta necesidad que tengo, pero no me apetece esconderme ni comprar una copia de cada uno de mis libros de la colección Pléiade. Es una chica fantástica, creo que estoy enamorado de ella, pero no puedo continuar así. Doctor, de verdad que no sé qué hacer. ¿Qué me aconseja?
–Scellero F., París
Querido Scellero,
creo que la necesidad de escribir con boli en un volumen de la colección Pléiade forma parte, con pleno derecho, de los impulsos homicidas, y como tal debe ser tratado, amén de que, en caso de llevarse a término, debe ser perseguido por la ley. Son las desventajas de la civilización. Mi opinión sobre el tema la expuse, cuando yo no era más que un aprendiz de bibliopatólogo, en un tratadillo sobre los subrayados. Pero estoy aquí para ayudarte, no para iniciar en tu contra un proceso judicial; además, es probable que mi persona sea rehén de un tabú completamente irracional.
¿Por qué subrayar los libros con lápiz? Quizá porque el gris del grafito es un color más suave, pero sobre todo porque sabemos que es un gesto reversible. Y, sin embargo, ¿quién ha borrado alguna vez un subrayado a lápiz? Es una posibilidad que, en la práctica totalidad de los casos, no pasa de ser una posibilidad. Si, como dice Tomás de Aquino en una Quaestio quodlibetalis, ni siquiera Dios puede restituir la virginidad a una joven y actuar como si nunca la hubiera perdido (Utrum Deus possit virginem reparare, Umberto Eco lo citaba a menudo), borrar los subrayados de un libro no lo convertirá en un libro sin mácula.
Así es como Pietro Citati recordaba una visita del filósofo y místico Elémire Zolla a su casa de campo: «Había llegado sin libros, con su talega de vagabundo. Enfiló hacia mi biblioteca como un perro trufero; sacó de las estanterías a Lucano, Macrobio, Mallarmé: en apenas unos días los leyó todos, provocando en mí inmensa ira: los libros estaban ajados, con el lomo arrugado, llenos de marcas con bolígrafo, de números, de dobladillos».
Citati no mató a Zolla, porque en nuestra cultura el tabú del asesinato está tan arraigado como el tabú del subrayado con boli en los volúmenes con papel biblia. Y además Zolla era un iniciado, y como tal ya no estaba sujeto a la Ley. Para nosotros, legos en el camino de la perfección, es más prudente respetar ciertos tabúes venerables. Así que: no matarás, no robarás y harás tus anotaciones a lápiz, al menos por el momento.
En cuanto a tu pareja: cásate con ella, pon toda la colección Pléiade que crea en la lista de regalos de la boda, pero te recomiendo que exijas un acuerdo prenupcial en el que ella acepte considerarlo a usted como propietario exclusivo de la preciosa colección. Si te quiere, no dudará en firmarlo, aunque sea alumna de la Escuela Normal de Pisa. En cualquier caso, estoy disponible para la biblioterapia de pareja. Cinco céntimos, por favor.
Guido Vitiello, escritor y profesor en la Universidad de la Sapienza (Roma), desde 2016 atiende en su consulta de Bibliopatólogo a todo tipo de bibliófilos, bibliófagos y lletraferits.
(Artículo aparecido en L’Internazionale el 29 de junio de 2016)
Otras consultas del Bibliopatólogo:
Informe sobre perversiones culturales: patología de la acumulación salvaje de libros.